lunes, 22 de diciembre de 2008

domingo, 10 de agosto de 2008

Velador


















La gente común no tenemos enemigos. Eso es patrimonio de quienes detentan algún poder.

Nosotros tenemos personas que no nos simpatizan o viceversa.

Cuando tenia menos de diez años, había una nena de la vuelta de mi casa que se llamaba Isabel. Jamás supe porque me tiró de la bici.

Para esa época, en mi mesita de luz había un hermoso velador que tenia cara de payaso. Era de goma.

Me gusto desde que lo trajeron para alumbrar el pequeño cuarto que compartía con mi hermano.

Nunca me imagine que detrás de esa sonrisa simpaticona se escondía la malicia.

Era a mí. Solo a mí a quien asustaba. Disfrutaba de darme pequeñas descargas eléctricas cada vez que osaba prenderlo por las madrugadas para que ilumine mi camino al baño.

Hubo veces que mi manito debía tantear varias veces la hostil perillas que me evitaba.

Creo que estaba en complicidad con el payaso.

Se dejaba atrapar solo para propinarme el castigo y luego continuar durmiendo los dos.

Nunca lo odie. Me gustaba a pesar de su insistencia en tratarme mal.






sábado, 12 de julio de 2008

Postal personal




Allá por 1989 tuve una gran desilusión de amor. Escribí esto aquella vez. Vale por su recuerdo. Fue en ese bar (La Opera, en la esquina de Callao y Corrientes), el de nuestros encuentros, la última vez que lo amé. Aunque a la distancia ya no recuerdo si la historia fue así.
















El tipito llego al bar y se sentó en la misma mesa.

Llego tarde otra vez.

Mis ojos eran cataratas gélidas de odio y rencor.

El tipito hoy vino engominado y vestido de domingo. Sonrisita de barrio bien.

Jugaba al seductor porque deseaba seguir devorándome por dentro, poco a poco.

En cada bocado suelta una risa estruendosa.

Con sarcasmo y cinismo relame lo que sobra de mí. Sigue riendo.

Me levanto.

Miro al tipito.

Le dije mis últimas palabras:

-“me cago en tu amor de mierda”

Fue mi último encuentro con el tipito.






sábado, 5 de julio de 2008

Pérdida





















Busqué entre la pelusa que habita debajo de la cama.

En los zócalos en se esconden detrás de los muebles.

Fondos de cajones fueron inspeccionados con mi olfato de sabueso entrenado por organización secreta.

Despanzurré valijas, carteras y maletines de doble fondo con cuchillos bien afilados y sin piedad.

No tuve miramientos en dar vueltas todos los bolsillos, macetas, frascos habidos y por haber.

Descolgué los pocos cuadros que adornan las paredes que fueron blancas.

Pasé una a una las páginas de los libros.

Pregunté a los personajes que sonríen o no, a las fotos. No tuve respuesta. Cuando fui a la heladera, vi que la mermelada se reía y un tomate arrugado hacia girar su dedo índice alrededor de la sien.

Mis zapatos escaparon por el jardín, asustados de mí.

lunes, 30 de junio de 2008

Un café





















Baje del tren dando codazos a mansalva. Necesitaba desesperadamente aire fresco.

Antes de volver a casa, debía poder serenar el baile desenfrenado de pensamientos que hasta hacían doler el cuerpo.

Entré en el bar de la estación. Era un lugar en que los años se contaban por las paredes descascaradas, de pobreza limpia.

Me senté en una mesa al lado de la ventana. Pedí un café. Escuché algunas risas de varios parroquianos que estaban en la barra tomando vinos baratos.

La taza era un reflejo de las arrugas de tela de arañas del dueño.

Cuando bebí el café de un sorbo, estaba helado.

Deje un billete que ampliamente pagaba el refugio otorgado, donde dejé a mis demonios.

Estaba listo para irme, empujado por la vetusta melancolía.



(Cuadro Antonio Berni)

domingo, 15 de junio de 2008

Cuasimodo
















Los sábados de silencios interminables le dejaba un sabor a soledad que ni el mejor vino se lo quitaba. Pero le regalaba un dormir prolongado como para no darse cuenta que el domingo le mordía los talones.

Como un ritual religioso semanal, caminaba hasta el río. Perseguía al sol que se iba a esconder a su guarida.

Miraba el agua marrón moviéndose con libertad ajena. Se reía pensando en lo afortunado de narciso.

Hasta que no encontraba una justificación de porque no seria hoy otra vez, seguía ahí. Daba igual que sea pagar la cuenta de la luz, entregar un trabajo urgente en la oficina, entregar la película al videoclub.

Después volvía a casa empujado por las estrellas que empezaban a bostezar.

martes, 3 de junio de 2008

Madrugada















Son más de las cuatro de la mañana. Desde hace un rato, me carcome el aburrimiento.

Salí al balcón a fumar otro cigarrillo.

Aire fresco.

Pocas luces en los edificios monocromáticos.

Silencio aterrador.

El semáforo de la otra cuadra, guiña en color amarillo permanente.

El motor de un auto se encapricho en no arrancar. Alguien no podrá volver a casa.

Un pibe pasa dibujando zetas en las veredas. Marioneta etílica destilando alguna melancolía.

Agua cae distraída y descuidadas en una terraza.

Empiezan a amontonarse desordenadas nubes grises, tapando las estrellas.

El cielo escupe algunos relámpagos al este de la ciudad.

La monotonía empieza a masticarme los dedos de los pies.

martes, 27 de mayo de 2008

Cuernos del diablo


















Miraba por la ventanilla. Inquieta: cruzaba las piernas, se reacomodaba en el acierto, abría la cartera, revisaba el celular, se acomodaba los anillos de formas estrafalarias, el aro rojo brillante que le deformaba la oreja.

En cada movimiento se asomaba un nuevo tatoo, en brazos, manos, cuello. Se puede sospechar que hay por demás en las distintas partes del cuerpo.

Se calzó las gafas. Se puede suponer una lágrima que la traicionaba.

Los movimientos eran rituales alejando males.

La ornamentación exagerada opacaba la sensibilidad.

La mayor distracción era la media cola de cabellos, que desnudaba los cuernos de diablo.






jueves, 22 de mayo de 2008

La ventana (Postales familiares)























Sillones verdes de fría cuerina albergan los pesares de muchos que pasan a diario. Hacen hundirse incómodamente, quitando movimiento a los cuerpos doloridos que se posan ahí.

Varias grietas en los techos muestran los años pasados.

Paredes revestidas en madera que anticipan el ataúd por venir.

Los mismos cortinados amarillo, gastados y grisáceos.

Llovía afuera.

Silencio rancio.

Miré hacia la ventana, en este recorrido melancólico casi inconsciente.

Ahí me ví. Afuera, era invierno. Esperando ansiosa y con lágrimas en los ojos que alguien conteste y pedir que por favor el doctor vaya a ver rápido a mi abuelo, porque estaba muriendo.

Otras son las lágrimas que vuelven a mis ojos. No son las de esa niña que estaba por perder al primer ser más amado.

Después vinieron otros.

Ese hombre alto, fuerte, casi inexpresivo que nunca dudo en ponerse a jugar conmigo, en hacerme bromas en las que se diluía el tapiz pétreo que lo recubría.

Yo sabia de su corazón tierno.

También supe de ese secreto que le prometí guardar, y no lo hice de aquella vez que empezó a perder su memoria. Volvíamos de remontar un barrilete, unos meses antes que los años lo derrumbaron en esa cama y en 15 días acabaron con el. No podía apartarme de su lado.

Intentaba comprender de que se trataba la muerte. Todavía hoy no la entiendo y le temo cuando se me acerca.

Me mandaron por el médico. Hubiera querido estar ahí en el instante mismo que se llevaría con él las tardes de plaza, los caramelos, los cuentos en su italiano salpicado de mentiras que nos hacían reír.

Su foto sigue estando siempre en un lugar preferencial en casa. Y por siempre va a tener ese lugar en mí, sacándome una risa tierna y esas lágrimas de extrañar, remontarme a recuerdos felices que endulzaron mi infancia.

martes, 13 de mayo de 2008

Paseos (Escena de la vida porteña)














Miro el reloj, ya era la hora de mi paseo matutino por la avenida. Es viernes y hay un poco más de gente en la calle, y eso me es agradable. A veces puede ser aburrido no salir del barrio, siempre las mismas caras, las mismas personas.

Mi andar es lento, cansado, arrastro un poco los pies. Mover así la cadera para caminar me saca ese toque de macho que siempre tuve, pero ni remedio. Ya no tengo ni una perra que me ladre.

Andar me mantiene vivo y de buen humor y al volver me duermo una linda siesta para reponerme de la fatiga.

Cuando pasa alguien que no es del barrio, me mira fijo buscando si viene alguien conmigo, algunos me preguntan si estoy perdido. Yo sigo indiferente. Excepto que alguna bella señorita joven y pulposa venga con ganas de mimarme. Ahí pongo cara de indefenso para que me acaricie y hasta me dejo devolverme a casa.

Llego al cordón. Cuento hasta tres y empieza mi juego. Cruzo la calle para un lado y sin llegar a destino, pego la vuelta y cruzo en diagonal para la avenida porque ya cambió el semáforo y los autos frenan. Me paro en medio, miro atrás, pego la vuelta. Me quedo quieto y giro y me voy al otro lado. Las bocinas suaves acompañan mi paso lento.

Cuando me canso de reírme como los automovilistas, colectiveros, motociclistas, ciclistas y de cualquier tipo de conductor de un medio de locomoción, porque esperan que decida mi camino y que suba a la vereda con infinita paciencia.

Estos cretinos respetan más a un perro viejo que a un anciano con bastón.

(Al perro de Ibera y Constituyentes, marrón y muy feo)

lunes, 12 de mayo de 2008

viernes, 2 de mayo de 2008