jueves, 22 de mayo de 2008

La ventana (Postales familiares)























Sillones verdes de fría cuerina albergan los pesares de muchos que pasan a diario. Hacen hundirse incómodamente, quitando movimiento a los cuerpos doloridos que se posan ahí.

Varias grietas en los techos muestran los años pasados.

Paredes revestidas en madera que anticipan el ataúd por venir.

Los mismos cortinados amarillo, gastados y grisáceos.

Llovía afuera.

Silencio rancio.

Miré hacia la ventana, en este recorrido melancólico casi inconsciente.

Ahí me ví. Afuera, era invierno. Esperando ansiosa y con lágrimas en los ojos que alguien conteste y pedir que por favor el doctor vaya a ver rápido a mi abuelo, porque estaba muriendo.

Otras son las lágrimas que vuelven a mis ojos. No son las de esa niña que estaba por perder al primer ser más amado.

Después vinieron otros.

Ese hombre alto, fuerte, casi inexpresivo que nunca dudo en ponerse a jugar conmigo, en hacerme bromas en las que se diluía el tapiz pétreo que lo recubría.

Yo sabia de su corazón tierno.

También supe de ese secreto que le prometí guardar, y no lo hice de aquella vez que empezó a perder su memoria. Volvíamos de remontar un barrilete, unos meses antes que los años lo derrumbaron en esa cama y en 15 días acabaron con el. No podía apartarme de su lado.

Intentaba comprender de que se trataba la muerte. Todavía hoy no la entiendo y le temo cuando se me acerca.

Me mandaron por el médico. Hubiera querido estar ahí en el instante mismo que se llevaría con él las tardes de plaza, los caramelos, los cuentos en su italiano salpicado de mentiras que nos hacían reír.

Su foto sigue estando siempre en un lugar preferencial en casa. Y por siempre va a tener ese lugar en mí, sacándome una risa tierna y esas lágrimas de extrañar, remontarme a recuerdos felices que endulzaron mi infancia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por ésta clase de recuerdos, es que vale la pena la memoria, propiciarla.

Abrazo, Sil.

Angélica dijo...

Qué más que agradecerte correr el velo que cubre tus recuerdos más preciados; el paraíso que tenemos tras nosotros, que no se irá nunca pero tampoco regresará.

Qué bella manera de convertirte en ánfora, Sil.

Obrigada,

A