sábado, 31 de julio de 2010

la tumba del adiós

















En esta tumba yace un amor fallido. Fue muerto por una mano impune que disparó por la espalda (como hacen todos los cobardes) con balas de mentiras y traición.

En esta tuma yace un tipo que no vale ni una flor, porque su irrespeto también asesinó algún puñado de lindos recuerdos.

Este tipo no merece ni una tumba, solo se merece un adiós.





martes, 20 de enero de 2009

El colectivero
















-“Espere, espere abuela que la dejo en la puerta”- le dijo a la señora con huesos chirriantes de vejez y estacionó el colectivo al lado del cordón de la puerta de entrada al hospital.

La señora se acomodó las caderas para que dar los pasos abajo del colectivo. Antes de irse, le dijo al chofer:

-“Gracias nene. Acordate que el 13 es mi cumpleaños”.

-“Cuidame a mi nieto” dijo el señor desde abajo, mientras el nene se acomoda al lado del chofer, para luego tener su charla habitual de fotolog, emoticones de menssager, entre otras cosas. En la parada en la que está el inspector y ambos montan un complot de chistes por el equipo de fútbol en desventaja del contrincante.

-Una señora lleva a su hija al colegio, se cuentan las novedades cotidianas de las familias, charlan sobre un cd de música que él le paso el otro día. No hay interés sexual. Se nota ese color de conversación de vecinos.

No es un cuento, ni una historia fantástica. Estas son algunas de las cosas que vi y oí hacer a un chofer de colectivos de la línea 44. Era un placer verlo como disfrutaba de su trabajo, lo cortés, educado y amable que era con la gente, cosa poca habitual en los tiempos que corren.

Debo confesar que a veces hasta celé no tener esa capacidad de gozar de lo de todos los días.

No lo volví a ver.

A veces me pregunto si hombre era real.


(Aclaración: obviamente que la imagen que engalana no es de un colectivo de estos tiempos, es de aquellos tiempos, con fileteado como buen porteño. Y va esta imagen, porque me encantó!)







lunes, 22 de diciembre de 2008

domingo, 10 de agosto de 2008

Velador


















La gente común no tenemos enemigos. Eso es patrimonio de quienes detentan algún poder.

Nosotros tenemos personas que no nos simpatizan o viceversa.

Cuando tenia menos de diez años, había una nena de la vuelta de mi casa que se llamaba Isabel. Jamás supe porque me tiró de la bici.

Para esa época, en mi mesita de luz había un hermoso velador que tenia cara de payaso. Era de goma.

Me gusto desde que lo trajeron para alumbrar el pequeño cuarto que compartía con mi hermano.

Nunca me imagine que detrás de esa sonrisa simpaticona se escondía la malicia.

Era a mí. Solo a mí a quien asustaba. Disfrutaba de darme pequeñas descargas eléctricas cada vez que osaba prenderlo por las madrugadas para que ilumine mi camino al baño.

Hubo veces que mi manito debía tantear varias veces la hostil perillas que me evitaba.

Creo que estaba en complicidad con el payaso.

Se dejaba atrapar solo para propinarme el castigo y luego continuar durmiendo los dos.

Nunca lo odie. Me gustaba a pesar de su insistencia en tratarme mal.






sábado, 12 de julio de 2008

Postal personal




Allá por 1989 tuve una gran desilusión de amor. Escribí esto aquella vez. Vale por su recuerdo. Fue en ese bar (La Opera, en la esquina de Callao y Corrientes), el de nuestros encuentros, la última vez que lo amé. Aunque a la distancia ya no recuerdo si la historia fue así.
















El tipito llego al bar y se sentó en la misma mesa.

Llego tarde otra vez.

Mis ojos eran cataratas gélidas de odio y rencor.

El tipito hoy vino engominado y vestido de domingo. Sonrisita de barrio bien.

Jugaba al seductor porque deseaba seguir devorándome por dentro, poco a poco.

En cada bocado suelta una risa estruendosa.

Con sarcasmo y cinismo relame lo que sobra de mí. Sigue riendo.

Me levanto.

Miro al tipito.

Le dije mis últimas palabras:

-“me cago en tu amor de mierda”

Fue mi último encuentro con el tipito.






sábado, 5 de julio de 2008

Pérdida





















Busqué entre la pelusa que habita debajo de la cama.

En los zócalos en se esconden detrás de los muebles.

Fondos de cajones fueron inspeccionados con mi olfato de sabueso entrenado por organización secreta.

Despanzurré valijas, carteras y maletines de doble fondo con cuchillos bien afilados y sin piedad.

No tuve miramientos en dar vueltas todos los bolsillos, macetas, frascos habidos y por haber.

Descolgué los pocos cuadros que adornan las paredes que fueron blancas.

Pasé una a una las páginas de los libros.

Pregunté a los personajes que sonríen o no, a las fotos. No tuve respuesta. Cuando fui a la heladera, vi que la mermelada se reía y un tomate arrugado hacia girar su dedo índice alrededor de la sien.

Mis zapatos escaparon por el jardín, asustados de mí.

lunes, 30 de junio de 2008

Un café





















Baje del tren dando codazos a mansalva. Necesitaba desesperadamente aire fresco.

Antes de volver a casa, debía poder serenar el baile desenfrenado de pensamientos que hasta hacían doler el cuerpo.

Entré en el bar de la estación. Era un lugar en que los años se contaban por las paredes descascaradas, de pobreza limpia.

Me senté en una mesa al lado de la ventana. Pedí un café. Escuché algunas risas de varios parroquianos que estaban en la barra tomando vinos baratos.

La taza era un reflejo de las arrugas de tela de arañas del dueño.

Cuando bebí el café de un sorbo, estaba helado.

Deje un billete que ampliamente pagaba el refugio otorgado, donde dejé a mis demonios.

Estaba listo para irme, empujado por la vetusta melancolía.



(Cuadro Antonio Berni)