lunes, 30 de junio de 2008

Un café





















Baje del tren dando codazos a mansalva. Necesitaba desesperadamente aire fresco.

Antes de volver a casa, debía poder serenar el baile desenfrenado de pensamientos que hasta hacían doler el cuerpo.

Entré en el bar de la estación. Era un lugar en que los años se contaban por las paredes descascaradas, de pobreza limpia.

Me senté en una mesa al lado de la ventana. Pedí un café. Escuché algunas risas de varios parroquianos que estaban en la barra tomando vinos baratos.

La taza era un reflejo de las arrugas de tela de arañas del dueño.

Cuando bebí el café de un sorbo, estaba helado.

Deje un billete que ampliamente pagaba el refugio otorgado, donde dejé a mis demonios.

Estaba listo para irme, empujado por la vetusta melancolía.



(Cuadro Antonio Berni)

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