domingo, 15 de junio de 2008

Cuasimodo
















Los sábados de silencios interminables le dejaba un sabor a soledad que ni el mejor vino se lo quitaba. Pero le regalaba un dormir prolongado como para no darse cuenta que el domingo le mordía los talones.

Como un ritual religioso semanal, caminaba hasta el río. Perseguía al sol que se iba a esconder a su guarida.

Miraba el agua marrón moviéndose con libertad ajena. Se reía pensando en lo afortunado de narciso.

Hasta que no encontraba una justificación de porque no seria hoy otra vez, seguía ahí. Daba igual que sea pagar la cuenta de la luz, entregar un trabajo urgente en la oficina, entregar la película al videoclub.

Después volvía a casa empujado por las estrellas que empezaban a bostezar.

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